DOCENTES: VICTORIA FERNANDEZ & GISELA MAFFEI
Vera, Maximiliano - Banegas, Cristian - Caceres, Ivan - Mark, Behrens - Chavez, Alvaro
SECUELAS
El terremoto de 1746 marcó un antes y un después en la configuración arquitectónica y urbana de Lima. Si bien la catástrofe causó un enorme daño material, también abrió una ventana de oportunidad para el virrey Manso de Velasco, quien impulsó un ambicioso proyecto de reconstrucción. Sus objetivos no eran únicamente prácticos: además de garantizar la provisión de alimentos, impedir saqueos y ofrecer refugio, el virrey pretendía transformar la ciudad en una versión más segura, racional y funcional, acorde al espíritu reformista borbónico.
En términos arquitectónicos, el sismo forzó el abandono progresivo de elementos representativos de la Lima barroca, como los arcos de piedra, las bóvedas o los edificios altos de dos pisos. En su lugar se impusieron nuevas soluciones constructivas, como techos planos, el uso extendido de quincha y adobe, que ofrecían mayor flexibilidad sísmica. No se trató simplemente de reconstruir lo caído, sino de imponer un nuevo lenguaje arquitectónico y urbano.
Sin embargo, este proceso encontró resistencias significativas. Las secuelas del desastre sacaron a la luz tensiones sociales preexistentes. Por un lado, el miedo a las clases bajas –esclavos, indígenas, plebeyos– condicionó tanto las decisiones técnicas (como el ancho de los muros) como los debates sobre la posible mudanza de la ciudad. La elite limeña y el propio Estado temían el desorden social y la desobediencia, lo que afectó directamente el diseño urbano como forma de control. Por otro lado, sectores de la clase alta se opusieron a las reformas cuando estas amenazaban sus propiedades o su posición social. Aunque muchos miembros de la elite formaban parte del clero o de la administración virreinal, también se enfrentaban al Estado en la defensa de su autonomía. De esta manera, los intentos del virrey por fortalecer el absolutismo, centralizar el poder y racionalizar el espacio urbano chocaron con los intereses de los grupos dominantes.
En este contexto, las controversias sobre qué tipo de arquitectura era “apropiada” revelan cómo la jerarquía social se proyectaba en la forma de la ciudad. La idea de grandeza, el deseo de estar “muy por encima de las masas” pero también lejos del control estatal, marcó la resistencia a ciertos cambios formales. Así, la reconstrucción de Lima tras el terremoto puso en evidencia cómo la arquitectura es también un campo de disputa política y social. Estas tensiones -el temor a las clases bajas y los enfrentamientos entre la elite colonial, la Iglesia y el Estado virreinal- fueron una constante en el Perú hasta su independencia, ocurrida en la década de 1820.
LOS DETRACTORES DEL PALACIO
El altercado ocurrido en diciembre de 1747 en el barrio indígena de Santa Ana —protagonizado por los indios olleros de Huarochirí— revela una forma concreta de oposición social en el contexto posterior al terremoto. En una ciudad que intentaba recuperar su normalidad con celebraciones religiosas como la procesión del Señor de los Milagros, los sectores populares y forasteros, como los olleros, manifestaban sus propias formas de expresión colectiva, no siempre alineadas con la autoridad. La intervención del alcalde indígena para disolver un fandango nocturno fue resistida violentamente, lo que muestra fricciones internas dentro del mundo indígena entre quienes representaban el orden y quienes lo desafiaban. Estas tensiones, exacerbadas por la precariedad material tras el sismo, ilustran cómo las clases subalternas no solo soportaban los efectos del desastre, sino que también comenzaban a agrietar los marcos de control establecidos, mostrando que la reconstrucción urbana también debía enfrentar una reconstrucción del orden social.
El terremoto de 1746 y la gestación de la conspiración de Lima de 1750/ Scarlett O’Phelan Godoy
Trazado final
Figura 1: La ciudad de Lima hacia 1744
Figura 2: La ciudad de Lima hacia 1872
